«Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es una acción sino un hábito» dijo más o menos así Aristóteles en su famosa Ética Nicomaquea. Esta sentencia la he leído citada en muchos ámbitos relacionados con el liderazgo. Pero, ¿cuál es el preciso alcance de esta expresión? Contextualicémosla primero.
Con esta expresión, el gran discípulo de Platón no hace otra cosa que definir lo que nosotros hoy llamamos virtud. Pues la palabra excelencia es una traducción posible justamente de la palabra griega «areté» que emplea éste. Ciertamente la «areté» refiere a la excelencia o también a «lo mejor», pero ¿en qué sentido para Aristóteles? El sentido que le dá se puede resumir en dos elementos fundamentales: la disposición habitual, es decir la repetición voluntaria de un acto bueno, y la conciencia o razón de que se lo realiza. Por ejemplo, realizar un acto de bondad ocasional y espontáneo con un compañero de trabajo no me convierte en alguien bueno, o en términos aristotélicos, en alguien «aristós», excelente. De ahí otra famosa frase de la Ética Nicomáquea: “Una golondrina no hace verano”. Esto es, un acto que no se repite deliberada y conscientemente no hace excelente o virtuoso a nadie.
De la misma forma, si mecánica o “naturalmente”, es decir sin el concurso de mi voluntad y de mi razón yo tengo éxito en un determinado proyecto aunque sea repetidas veces eso tampoco me hace una persona virtuosa.
Cuando Aristóteles dice que la excelencia (virtud) no es una acción sino un hábito, en definitiva dice que mi acto bueno y exitoso tiene que ver con un comportamiento proyectado, deliberado, voluntario e inteligente, y por tanto según se deduce de esto que requiere esfuerzo. En pocas palabras, nadie nace líder. Incluso los que poseen ciertos talentos o dones naturales que les facilitan la tarea de gestionar o dirigir grupos, si no se procuran educación y no deliberan en cuanto a lo que es bueno y racional hacer, difícilmente tendrán éxito.
La excelencia es un hábito. El líder, a través de aquel, se hará más líder. El éxito depende de un esfuerzo racional y voluntario. El liderazgo no se improvisa, ni se adquiere por obra de la suerte. Para ser líder, hay que querer serlo. Y ese querer implica el esfuerzo de la virtud y la inteligencia.